Guatemala, una ciudad
mortal e infinita de luces,
hostil y amable
que intimida y desafía.
En sus laderas chorreantes
las casas se sostienen
unas de otras
con hilos invisibles.
Parece París iluminada
como si el cielo se asomara
a mis pies desde carretera a La Antigua
que vierte su artificiosa luz patética y hermosa
de titilantes estrellas entre su espeso humo.
En ella me ahogo con su Agua
y su Fuego me arroja
hacia alguna parte de la fantasía.
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