La música nos exalta a buscar significados, ella es dolor y belleza, pero también nos muestra la diferencia entre dolor sin belleza y la belleza sin dolor. Ambos llevan al ser humano a un encuentro consigo. La música nos habla de la belleza de los sentimientos humanos, sin animalidades, sus instintos. Los seres humanos podemos ser mezquinos y egoístas, pero en la música se manifiesta el genio creador, ensancha el corazón al sentimiento oceánico y encoge el corazón hasta las lágrimas.
Mozart me hace escuchar que el dolor existe, pero que la belleza es mayor, aún en el Réquiem la gloria del espíritu se sobrepone al dolor, su música es sencilla, clara y equilibrada. En alguna ocasión expresó “la Música, aún en las situaciones más terribles nunca debe ofender el oído”. Ella trasciende las palabras. Los seres humanos podemos comunicarnos con algo más que palabras. Si los sordos no pueden sentir la música en sus oídos, ella llega por otros sentidos: ritmo, respiración, color, gesto…
La música de Mozart no huye de la intensidad emocional, es el llanto por el llanto, la risa por la risa, el arte por el arte, la grandeza en sí misma, porque el espíritu es así: grande, esencia pura.
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